domingo, 29 de agosto de 2010

¿Por qué somos empleados?

"...Como en la escuela, nada me era explicado. Cuando tropezaba con dificultades en alguna tarea, se me decía que "me fijara como se había hecho la última vez". Luego de un tiempo surgió una vacante como cajero principal, la cual me fue asignada.

Pero no ponía el corazón en el trabajo. Jamás hice un pago sin la esperanza de no tener que volver a hacerlo. Odiaba mi puesto y mi trabajo. Pero ¿qué es lo que convierte a un hombre en empleado?

Es imposible hacer un empleado de un beduino, pero es sumamente fácil conseguirlo con un inglés. Lo único que es preciso hacer es dejarle caer en una familia burguesa, darle un padre que no pueda mantenerle, ni darle un capital para iniciarse, ni llevar su educación más allá de la lectura, escritura y aritmética, pero que se sienta deshonrado si su hijo elige la profesión de mecánico. En tales circunstancias, ¿ qué puede hacer el pobre diablo sino convertirse en empleado?

Y yo tambien me convertí en uno, hasta que decidí renunciar en 1876 y viajar a Londres para buscar otro destino."
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Las palabras son de George Bernard Shaw, quien claramente encontró otro destino.
Extraído de su libro "Dieciseis esbozos de mi mismo".

miércoles, 18 de agosto de 2010

Ortografía

No sé si ustedes lo han notado, pero he comenzado a naturalizar los errores de ortografía como algo común en los demás. Más aún, ya se me ha hecho costumbre escuchar esa tendencia a justificarse de los errores con la frase: “Es que yo con la ortografía soy malísimo”.

No hablaré aquí de la gente que no ha podido acceder a la educación, ese gran grupo de seres humanos que ha alcanzado la miseria absoluta con la ayuda desinteresada de nuestros prestigiosos mandatarios. Esa clase popular está destinada al olvido literal y simbólico con una crueldad sostenida que trasciende a cualquier partido político. Hablar mal es signo de pensar mal (entiéndase a nivel abstracto) y ese es un terreno fértil para cualquier político mediocre.

Pero quiero referirme aquí a todos aquellos que han tenido la suerte de acceder a una educación secundaria y universitaria. “Profesionales” que escriben palabras como: yegando, llendo, convinar, ciensia, abilidad, companía, a ver (en lugar de haber). No hablemos de los acentos, de las comas o los puntos, de redactar una oración con significado o de no redundar. Ni soñemos con encontrar una frase alusoria o metafórica, eso ya sería demasiado.


¿Cómo puede ser que un profesional graduado a nivel universitario tenga faltas de ortografía? Es inadmisible. Si una persona no ha podido acceder a la educación y tiene faltas de ortografía, es algo absolutamente entendible y lógico. Pero una persona que se jacta de su título, de su cargo en una empresa y de su nivel de profesionalismo; no le perdono bajo ningún aspecto la comunicación mediocre, pobre en cuanto a significados, plagada de errores y redundante.
Convengamos que nadie sabe las noventa mil palabras del diccionario. Palabras como adamantino, risueño, absorto, anacrónico, hálito, zozobra; ¿cuánta gente sabrá qué significan? ¿cuánta gente sospechará que pueden llegar a significar? Y más aún, ¿por qué a nadie le interesa saberlo?

Una solución a este problema se encuentra en la lectura y el uso del diccionario. Pero también está en el sistema educativo (público y privado), el cual por no entorpecer el camino profesional de sus alumnos, hace vista gorda sobre la barbarie ortográfica que perpetran y sólo se focalizan en los aspectos técnicos memorizados, los cuales repiten como loros sin parar. Desde mi punto de vista, una fórmula química tiene la misma importancia que una regla ortográfica, un artículo de la ley que el uso de la H, una liquidación de impuestos que los sinónimos para evitar redundancias.

Somos un país que está educado para el cuatro, para zafar, para la trampa, para aprobar con el menor esfuerzo. Por eso se condena al genio, al distinto, al que sobresale. Y el que escribe bien, automáticamente se convierte en alguien “complicado”. Esa complejidad enerva, porque hace evidente la miseria linguística en la cual se mueve el resto.



Refugiarse en la frase “Lo que pasa es que soy malísimo en ortografía” habla más de un mediocre que de un ignorante. Un ignorante simplemente diría: “No lo sé”. El mediocre –en cambio- se justifica desde su propia falta de interés por querer superarse.



Desde la ignorancia podemos incorporar conocimientos, aclarar dudas, arrojar luz sobre ciertas temáticas y fomentar el espíritu crítico e indagatorio.

Desde la mediocridad, en cambio, nunca surgirá una sola idea interesante.