jueves, 4 de noviembre de 2010

La Final

Una de las cosas que caracteriza a un deportista profesional es la noche anterior a una final. El partido se juega mil veces en la mente, se gana y se pierde. Se elabora la estrategia y la táctica, la defensa y el ataque, la contra-estrategia, los imponderables del juego. Se sueña el final perfecto, la jugada superlativa, el resultado ideal. Brazos en alto, la copa, los aplausos y la gloria en las manos.

El sueño no se concilia. Hay hipervigilancia y ansiedad. El cuerpo está en una tensa calma.

Llega el partido. Nada de lo imaginado es igual a lo que acontece. Todo parece más fácil o más accesible. O espantosamente difícil, porque ese día no sale nada.

Uno se ha entrenado miles de horas, y sabe perfectamente que es lo que tiene que hacer y como hacerlo. Sin embargo, el resultado es una incertidumbre. Esa incertidumbre es la que nos hace jugar el partido en la mente mil veces. Porque solamente allí podemos controlar todas las variables y evitar el riesgo de "salir a jugar".

Luego de muchos años de deporte profesional y de miles de partidos jugados en la cabeza, uno termina comprendiendo que el partido real es el único partido posible. El deportista que sale a ganar, generalmente pierde, porque se olvida de jugar. Y el deportista que cree que va a perder, también pierde, porque se olvida de jugar.

Concentrarse en como será el resultado es un error imperdonable.
Se trata, en cambio, de "salir a jugar" en todo: el deporte, el trabajo, la pareja y la vida.
Hay que salir de la mente.
Hay que salir a jugar.