viernes, 25 de enero de 2013

Del dicho al hecho

Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes. No importa lo que diga, no importa con qué palabras y con qué argumentos trate de defenderse. Al final, al final de todo, uno responde a todas las preguntas con los hechos de su vida: a las preguntas que el mundo le ha hecho una y otra vez. 
 
Las preguntas son éstas: ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel? ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía? Estas son las preguntas. Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera.
 
¿Qué valor tienen las respuestas que se dan con palabras y no con la veracidad de la vida humana? Muy poco. Son muy pocas las personas cuyas palabras concuerdan con su existencia. Cuando eso sucede, se produce una de las maravillas más raras de la vida.
 
Quizás no se pueda hacer nada más que esto en la vida: adaptar la realidad, con inteligencia y con atención, a esa otra realidad irrevocable, el carácter personal. Esto es lo único que podemos hacer. Y sin embargo, así tampoco seremos más sabios, ni estaremos más resguardados frente a las adversidades.
 
No existe ningún ser humano lo bastante fuerte e inteligente para evitar mediante palabras o acciones el destino fatal que le deparan las leyes inevitables de su propia naturaleza y carácter.
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Sandor Marai - "El último encuentro"
 

domingo, 20 de enero de 2013

Cuentos de la Oficina

Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra.
 
En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.
 
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
 
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
 
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
 
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
 
Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Entra; acuérdate de ellos; entra.
 
Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar. Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
 
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática.
 
¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
 
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
 
Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás.
¡Pero habrás cumplido con tu Deber!
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Roberto Mariani – Cuentos de la Oficina (1925)

sábado, 5 de enero de 2013

El Divorcio Imposible

"No creo que los esposos puedan seguir siendo buenos amigos después del divorcio. El matrimonio es el matrimonio y el divorcio es el divorcio. Esa es mi opinión.
 
No creo que eso que inventaron las personas hace milenios y continúan repitiendo como por inercia sea una mera formalidad. Creo que el matrimonio es sagrado. Y también que el divorcio es un sacrilegio. Me educaron así. Pero no sólo lo creo por mi educación y por los preceptos religiosos. También lo creo porque soy mujer y para mí el divorcio no es una simple formalidad, como tampoco lo es la ceremonia ante el oficial del registro civil o en la iglesia, que une indiscutiblemente los cuerpos y las almas de dos personas. Igual de indiscutible es el divorcio, que separa sus destinos. 
 
Cuando mi marido y yo nos divorciamos, no pensé ni por un instante que pudiéramos quedar como «amigos». Por supuesto, él seguía siendo educado y atento, incluso generoso, como era su costumbre y su deber. Pero yo no fui ni educada ni generosa, me llevé hasta el piano, sí, como tiene que ser. Anhelaba venganza, me habría gustado llevarme todo el piso, hasta las cortinas, todo. Me convertí en su enemiga en el momento del divorcio y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte.
 
Que no me llame para ir a comer al restaurante porque no estoy dispuesta a hacer el papel de la mujercita melosa que sube a casa del ex marido a poner orden si el criado roba la ropa interior. Por mí, pueden robárselo todo, y si un día me enterase de que está enfermo, ni siquiera entonces subiría a verlo.
 
¿Que por qué? Porque nos hemos divorciado, ¿entiendes?
Y a eso una no puede resignarse."
 
La Mujer Justa - Sandor Marai
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No se divorcian por miedo a quedarse solos.
Se escudan detrás de los años convividos, los hijos en común y la parentela inconmovible.
El "para toda la vida" se les convierte en un mandato psicológico que deben cumplir.
Son presas del status quo, la seguridad de lo conocido, la tranquilidad de no tener que salir al mundo, el miedo a ser felices.
Por eso tienen amoríos, juegan un rato a ser libres, se escapan del otro en brazos ajenos, sueñan con una felicidad en cuotas, ponen un paréntesis a tanto aburrimiento.
Nunca llegan a disolver el vínculo, no porque no quieran, sino porque no pueden.
Los senderos se bifurcan por un tiempo, para luego volver a unirse.
Pero ya se sabe que esa unión nunca dura, porque todo lo malo vuelve a surgir al poco tiempo, todo lo que odiábamos del otro vuelve a aparecer, todo lo que nos llevó a separarnos surge nuevamente en cada acto.
Nadie deja de ser quien es, nadie cambia, nadie puede ser otro.
Sin embargo vuelven a juntarse, claudican a sus sueños, ignoran su potencial, desprecian las oportunidades que el destino tenía en sus caminos y finalmente se acomodan.
Por miedo, por falta de agallas, por mediocridad y también por costumbre.
Hay decisiones en la vida que deben ser terminantes: enamorarse, separarse, tener hijos, renunciar a un trabajo, viajar, apostar a un sueño, morir.
Pero para ello hay que tener coraje y determinación, dos características poco comunes en los pequeños burgueses del mundo cotidiano.
Nunca llegan a vivir sus vidas, apenas logran actuaciones de reparto.