sábado, 18 de septiembre de 2010

Limpiavidrios

Un chico de unos 11 años se acerca al auto y me ofrece limpiar el parabrisas. Le hago el gesto habilitando la acción que le garantizará una moneda. Son dos minutos de empeño, de desesperación por hacerlo bien, de lograr la transparencia deseada. El semáforo lo apura y no puede completar su trabajo a la perfección. Le doy dos pesos, me sonríe y dice: "Que Dios lo bendiga Señor". "A vos primero" le contesto.

Me voy con esa sensación de haber ayudado y con el vidrio un poco más limpio de lo que estaba. Al instante me percaté de que esos chicos no están limpiando los vidrios de nuestros autos, sino la tierra que llevamos en los ojos. Quieren que veamos, que dejemos de mirar para otro lado, que nos percatemos que aún hay voluntad por salir adelante.

Mucha gente se pone muy nerviosa y angustiada cuando los limpiavidrios se abalanzan sobre sus autos, y en general se amparan en la inseguridad, en ideologías políticas o en cuestiones de clase. Pero la reacción se debe al miedo. Miedo a tener que hacer contacto con la realidad.

¿Y si fuéramos nosotros los que estuviesemos del otro lado del parabrisas?

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