jueves, 26 de julio de 2012

Estereotipos Amorosos

Amé o amaré muchas veces en mi vida.

Si bien todo amor es vivido como único, el sujeto rechaza la idea de repetirlo más tarde en otra parte y con otras personas. Sin embargo, finalmente comprende que está condenado a errar hasta la muerte, de amor en amor.

En ese camino errático de amores diversos, ¿ocurre pues que mi deseo, por especial que sea, se aferre a un "tipo"? ¿Hay, entre todos los seres que amé, un rasgo común, uno solo, por tenue que sea, que me permita decir: “He aquí mi tipo!”, “Es totalmente mi tipo” o “No es del todo mi tipo”? ¿En qué rincón del cuerpo adversario debo leer mi verdad?

Aún hallando mi "tipo", de pronto el otro hace un gesto por el cual se descubre en él otra raza. Siento vergüenza por el otro. ¿Será vulgar ese otro, de quien yo alababa su elegancia y su originalidad?

La mala imagen surge cuando el otro se muestra gregario, desprendido de su unicidad. No sólo mi "tipo" deja de ser único, sino que mi deseo comienza a evaporarse. De hecho, la mayor parte de las heridas me vienen de ese estereotipo derribado: entonces estoy obligado a hacerme el enamorado, a estar celoso, abandonado, frustrado, como todos.

Por tal motivo, es la originalidad de la relación lo que es preciso conquistar.
Cuando la relación es original, el estereotipo es conmovido, rebasado, eliminado.
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Fragmentos de un discurso amoroso - Roland Barthes

sábado, 21 de julio de 2012

Lo que te hace falta es un hijo

¿Qué es lo que lleva a la gente a tener hijos? ¿Son los hijos objetos de consumo? ¿Trofeos para ser exhibidos ante familiares demandantes o tapones que evitan las filtraciones del vínculo amoroso?

Sin generalizar, pues mucha gente demuestra cualidades notables para ser padre, sorprende el convencimiento de muchas parejas que optan por la concepción. Personas muy bien intencionadas, pero con una ignorancia supina sobre algo crucial: la realidad.

La "idea de tener un hijo” es tan poderosa que barre por completo cualquier análisis racional de dicha decisión. Posiciona al sujeto en un lugar de apuesta orillera contra la vida: “Tengo que probarme a mi mismo/a que puedo tenerlo” o “Si no tengo hijos este año después no voy a poder”. Todos pensamientos sin el menor sustento racional.

Son empujes del estado de ánimo, arrebatos del humor, idealizaciones fantasmagóricas, paraísos inexistentes. La “idea de tener un hijo” es probablemente la construcción disfuncional más fuerte de la psíquis humana, no porque querer tener hijos esté mal, sino porque es la decisión más trascendente que se toma con la menor información posible. Es una decisión sostenida por la tradición y el mito. Es, tal vez, el gran mandato universal.

Así entonces llegan los hijos y las consecuencias: incapacidad para adoptar el nuevo rol, negación de la responsabilidad y frustración porque todo ha cambiado para siempre.

El “Yo” se esfuma para siempre y la individualidad se transforma en una argamasa difícil de conceptualizar. “Yo” ya no soy “Yo”, soy otra cosa. ¿Estoy preparado para transformarme en otra cosa? ¿Sospecho, por lo menos, que es inevitable convertirse en otra cosa? ¿Estoy preparado psicologicamente para despertar como una cucaracha kafkiana?

Nadie lo sospecha, ni lo piensa, ni lo elabora. Todas esas preguntas caen de golpe con el niño en brazos y llorando como un marrano. Demasiado tarde para lágrimas. La nueva vida ha invadido: más trabajo, bañarlos, vestirlos, alimentarlos, llevarlos al colegio, ayudarlos con la tarea y con suerte mirar una hora de tele. Por suerte existe el fin de semana. Una vida apasionante para aquellos padres que pensaron la decisión; un infierno en la tierra para los que "hicieron lo que sintieron".

Muchas veces se dice que los que no tienen hijos son irresponsables e inmaduros. 
¿Pero qué sucede con los irresponsables que sí tienen hijos? ¿Quiénes son peores?

En la era de la inmediatez, de lo fugaz, del cambio permanente, de la flexibilidad, de las libertades individuales, del placer hedonista y de la liviandad: ¿es un hijo lo que realmente queremos? o ¿es esta una decisión que perteneció a otro mundo y a otra época?

¿Es necesario un hijo? ¿Con quien lo tendríamos? ¿Por qué? ¿Para qué?

Dice Milan Kundera: “La vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles fueron incorrectas. En una situación dada sólo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones.”

miércoles, 18 de julio de 2012

El amor y la ausencia

No hay ausencia más que del otro: es el otro quien parte, soy yo quien me quedo.

El otro se encuentra en estado de perpetua partida, de viaje. Es, por vocación, migratorio, huidizo. Yo, que amo, por vocación inversa, sedentario, inmóvil, predispuesto, en espera, encogido en mi lugar, en sufrimiento.

La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda – y no de quien parte- yo, siempre presente no se constituye más que ante tu, siempre ausente.

Me esperas allí donde no voy a ir: me amas allí donde no estoy.

Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.
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"Fragmentos de un discurso amoroso" - Roland Barthes

jueves, 12 de julio de 2012

La línea de la vida

La gran regla de oro del arte, y también de la vida, es ésta: cuanto más precisa, más aguda y nerviosa sea la línea divisoria, más perfecta es la obra de arte, y cuanto menos aguda y viva sea, mayor es la evidencia de pobre imaginación, plagio y torpeza. La falta de esta decidida forma delimitada denota la falta de ideas del artista y la presunción de plagio en todas sus ramificaciones.
¿Cómo distinguimos el roble de la haya, el caballo del buey, sino por sus contornos? ¿Cómo distinguimos una cara o un semblante de otro sino por sus contornos con sus infinitas inflexiones y movimientos?
¿Qué es lo que levanta una casa o un jardín sino lo definido y determinado?
¿Qué es lo que distingue la honradez de la picardía sino la dura línea inflexible de rectitud y seguridad de las acciones e intenciones?
Si se omite esta línea, se omite la vida misma.
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"El significado del Arte" de Herbert Read

martes, 3 de julio de 2012

Mandatos


- Si no hubieras sido flautista por complacer a tu padre y hubieras hecho lo que te apetecía, ¿qué serías?

- No te rías de mí. Al morir mi padre y después mi madre, pensé que por fin era libre y podía hacer lo que quisiera. Pero ellos siguen ahí, dentro de mi cabeza, insistiendo. Tendría que marcharme fuera durante un año, lejos de la orquesta, lejos de la flauta; tendría que correr, nadar y meditar y, quizá, poner por escrito como me sentía en casa con mis padres y con mis hermanas para llegar a saber lo que quiero al acabar ese año. A pesar de todo, quizá fuese tocar la flauta.

- Yo, a veces, hubiera querido que alguien me insistiera…

Extraído del libro "Mentiras de Verano" de Bernhard Schlink.
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Nos dijeron que eramos: "genios" o "estúpidos", "brillantes" o "ignorantes", "tiernos" o "agresivos", "buenos" o "rebeldes". 
Nos dijeron que convenía estudiar: "una carrera seria" o "con salida laboral", "en una universidad como la gente" o "en el exterior que son mejores", "como el tío que le fue bárbaro y se llenó de guita" o "hacé como hizo tu padre que remó desde abajo".
Nos dijeron que pareja convenía amar: "que sea una chica de su casa", "ojo con las pelirrojas", "las gorditas son buenas, no?", "que llamativa...", "no se integra demasiado..." o "es divina, me encanta para vos".
Nos dijeron todo eso y mucho más, con buenas intenciones y tratando de educarnos.
¿Cómo educar a nuestros hijos y evitar condicionarlos?
¿Cómo no creerles a nuestros padres si nos han dicho todo esto desde que nacimos?
¿Cómo no internalizar esas verdades absolutas?
¿Cómo no hacer fuerza para encajar en lo que nos dijeron que eramos?
Y en ese esfuerzo, somos felices porque cumplimos el mandato.
Pero estamos tristes, porque no es el nuestro.