sábado, 21 de julio de 2012

Lo que te hace falta es un hijo

¿Qué es lo que lleva a la gente a tener hijos? ¿Son los hijos objetos de consumo? ¿Trofeos para ser exhibidos ante familiares demandantes o tapones que evitan las filtraciones del vínculo amoroso?

Sin generalizar, pues mucha gente demuestra cualidades notables para ser padre, sorprende el convencimiento de muchas parejas que optan por la concepción. Personas muy bien intencionadas, pero con una ignorancia supina sobre algo crucial: la realidad.

La "idea de tener un hijo” es tan poderosa que barre por completo cualquier análisis racional de dicha decisión. Posiciona al sujeto en un lugar de apuesta orillera contra la vida: “Tengo que probarme a mi mismo/a que puedo tenerlo” o “Si no tengo hijos este año después no voy a poder”. Todos pensamientos sin el menor sustento racional.

Son empujes del estado de ánimo, arrebatos del humor, idealizaciones fantasmagóricas, paraísos inexistentes. La “idea de tener un hijo” es probablemente la construcción disfuncional más fuerte de la psíquis humana, no porque querer tener hijos esté mal, sino porque es la decisión más trascendente que se toma con la menor información posible. Es una decisión sostenida por la tradición y el mito. Es, tal vez, el gran mandato universal.

Así entonces llegan los hijos y las consecuencias: incapacidad para adoptar el nuevo rol, negación de la responsabilidad y frustración porque todo ha cambiado para siempre.

El “Yo” se esfuma para siempre y la individualidad se transforma en una argamasa difícil de conceptualizar. “Yo” ya no soy “Yo”, soy otra cosa. ¿Estoy preparado para transformarme en otra cosa? ¿Sospecho, por lo menos, que es inevitable convertirse en otra cosa? ¿Estoy preparado psicologicamente para despertar como una cucaracha kafkiana?

Nadie lo sospecha, ni lo piensa, ni lo elabora. Todas esas preguntas caen de golpe con el niño en brazos y llorando como un marrano. Demasiado tarde para lágrimas. La nueva vida ha invadido: más trabajo, bañarlos, vestirlos, alimentarlos, llevarlos al colegio, ayudarlos con la tarea y con suerte mirar una hora de tele. Por suerte existe el fin de semana. Una vida apasionante para aquellos padres que pensaron la decisión; un infierno en la tierra para los que "hicieron lo que sintieron".

Muchas veces se dice que los que no tienen hijos son irresponsables e inmaduros. 
¿Pero qué sucede con los irresponsables que sí tienen hijos? ¿Quiénes son peores?

En la era de la inmediatez, de lo fugaz, del cambio permanente, de la flexibilidad, de las libertades individuales, del placer hedonista y de la liviandad: ¿es un hijo lo que realmente queremos? o ¿es esta una decisión que perteneció a otro mundo y a otra época?

¿Es necesario un hijo? ¿Con quien lo tendríamos? ¿Por qué? ¿Para qué?

Dice Milan Kundera: “La vida humana acontece sólo una vez y por eso nunca podremos averiguar cuáles de nuestras decisiones fueron correctas y cuáles fueron incorrectas. En una situación dada sólo hemos podido decidir una vez y no nos ha sido dada una segunda, una tercera, una cuarta vida para comparar las distintas decisiones.”

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