miércoles, 12 de septiembre de 2012

La Muerte Blanca

Con "La Muerte Blanca" me refiero a la inexplicable muerte de Blanca Vicuña y de todos los chiquitos anónimos que dejan esta vida día a día. 

Recuerdo que a los 6 años comenzaba a torturarme la idea de que algún día no estaría más en este mundo. Era espantoso, escalofriante y demoledor el hecho de tomar conciencia que el "ser" podía "no ser". ¿Adónde iba a ir después de esta vida? ¿Cómo puede ser que toda esta plenitud de la infancia quedara en la nada? Era la angustia del vacío existencial. 

Ese momento en que los chicos tomamos conciencia de la caducidad del cuerpo, la vida deja de ser apasionante y se transforma en una lucha contra el tiempo, una pelea a muerte contra las enfermedades, un desgastante estrés por lo desconocido y una negación permenente de la muerte.

Sin embargo, cada persona conocida que se nos muere hace que esa idea vuelva una y otra vez a la conciencia. Nos recuerda que estamos aquí de prestado, por una gran casualidad y con ninguna certeza a la cual aferrarnos. Ni el dinero, ni la profesión, ni la pareja, ni los hijos. Nada nos salva de la muerte, nada.  

Dice Unamuno: "Lloraba Solón la muerte de su hijo. Un amigo se acerca y le dice:
-¿Por qué lloras, si sabes que es inútil?
-Por eso- contestó Solón- porque sé que es inútil."

En este caso la muerte nos muestra su peor faceta, la más repudiable y escalofriante. Es la que se identifica con el absurdo y con la pérdida irreparable. Los hijos no pueden morirse. No estamos preparados psicológicamente para afrontar semejante pérdida, no hay psicólogo ni terapia que logre extirpar esa herida que se llevará hasta la propia muerte.

Son duelos que dolerán por siempre. ¿Se sigue viviendo? ¿Se sobrevive? ¿Cómo se vuelve a reir después de semejante golpe? ¿Como se puede tomar en serio la vida después de semejante absurdo?

Quizás la respuesta podamos encontrarla en unas sabias palabras de Edgar Morin, quien en su libro "El hombre y la muerte" dice: "La muerte no es nada. Tras la muerte, todo termina, incluso la muerte. La muerte no nos concierne vivos porque no está allí, ni nos concierne muertos, porque entonces no estamos nosotros.

Puede decirse entonces que dados los peligros de muerte que implica toda vida que merece ser vivida, aquel que trate de evitar al máximo el riesgo de muerte para conservarse vivo el mayor tiempo posible no conocerá nunca la vida; el miedo o la mediocridad impiden vivir. El miedo a la vida, es miedo a la muerte y viceversa. Vivir es asumir el riesgo a morir."

Blanca ha vivido y ha asumido el riesgo. Y quien asume el riesgo, no muere, vive.

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