sábado, 5 de enero de 2013

El Divorcio Imposible

"No creo que los esposos puedan seguir siendo buenos amigos después del divorcio. El matrimonio es el matrimonio y el divorcio es el divorcio. Esa es mi opinión.
 
No creo que eso que inventaron las personas hace milenios y continúan repitiendo como por inercia sea una mera formalidad. Creo que el matrimonio es sagrado. Y también que el divorcio es un sacrilegio. Me educaron así. Pero no sólo lo creo por mi educación y por los preceptos religiosos. También lo creo porque soy mujer y para mí el divorcio no es una simple formalidad, como tampoco lo es la ceremonia ante el oficial del registro civil o en la iglesia, que une indiscutiblemente los cuerpos y las almas de dos personas. Igual de indiscutible es el divorcio, que separa sus destinos. 
 
Cuando mi marido y yo nos divorciamos, no pensé ni por un instante que pudiéramos quedar como «amigos». Por supuesto, él seguía siendo educado y atento, incluso generoso, como era su costumbre y su deber. Pero yo no fui ni educada ni generosa, me llevé hasta el piano, sí, como tiene que ser. Anhelaba venganza, me habría gustado llevarme todo el piso, hasta las cortinas, todo. Me convertí en su enemiga en el momento del divorcio y lo seguiré siendo hasta el día de mi muerte.
 
Que no me llame para ir a comer al restaurante porque no estoy dispuesta a hacer el papel de la mujercita melosa que sube a casa del ex marido a poner orden si el criado roba la ropa interior. Por mí, pueden robárselo todo, y si un día me enterase de que está enfermo, ni siquiera entonces subiría a verlo.
 
¿Que por qué? Porque nos hemos divorciado, ¿entiendes?
Y a eso una no puede resignarse."
 
La Mujer Justa - Sandor Marai
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No se divorcian por miedo a quedarse solos.
Se escudan detrás de los años convividos, los hijos en común y la parentela inconmovible.
El "para toda la vida" se les convierte en un mandato psicológico que deben cumplir.
Son presas del status quo, la seguridad de lo conocido, la tranquilidad de no tener que salir al mundo, el miedo a ser felices.
Por eso tienen amoríos, juegan un rato a ser libres, se escapan del otro en brazos ajenos, sueñan con una felicidad en cuotas, ponen un paréntesis a tanto aburrimiento.
Nunca llegan a disolver el vínculo, no porque no quieran, sino porque no pueden.
Los senderos se bifurcan por un tiempo, para luego volver a unirse.
Pero ya se sabe que esa unión nunca dura, porque todo lo malo vuelve a surgir al poco tiempo, todo lo que odiábamos del otro vuelve a aparecer, todo lo que nos llevó a separarnos surge nuevamente en cada acto.
Nadie deja de ser quien es, nadie cambia, nadie puede ser otro.
Sin embargo vuelven a juntarse, claudican a sus sueños, ignoran su potencial, desprecian las oportunidades que el destino tenía en sus caminos y finalmente se acomodan.
Por miedo, por falta de agallas, por mediocridad y también por costumbre.
Hay decisiones en la vida que deben ser terminantes: enamorarse, separarse, tener hijos, renunciar a un trabajo, viajar, apostar a un sueño, morir.
Pero para ello hay que tener coraje y determinación, dos características poco comunes en los pequeños burgueses del mundo cotidiano.
Nunca llegan a vivir sus vidas, apenas logran actuaciones de reparto.

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