sábado, 23 de enero de 2010

Entre la vida y la muerte

Un comienzo de año turbulento, cargado de emociones dispares y de cuestionamientos profundos.

El accidente de Nico cambió nuestras vidas para siempre. La incertidumbre generada por cada parte médico nos hacía caminar por la cornisa de la vida. Todo podía pasar. No había una sola seguridad de la cuál aferrarse.

Cuatro días de una enorme labilidad emocional, pasando de estados de profunda tristeza y depresión a la euforia más incomprensible. El cuerpo de Nicolás peleaba por aferrarse a la vida y el nuestro también.

Cuando una persona tan cercana, tan querida y tan noble recibe un impacto de esta naturaleza; su grupo de pertenencia pierde el rumbo. Ese "no rumbo" nos alejó de lo que llamamos "problemas" o "frustraciones". Descubrimos que la vida es un segundo: éste. El futuro es una ilusión de la cual nos aferramos para no pensar en la muerte.

Nos creíamos inmortales hasta que Nico tuvo el accidente. Pero ese lunes de Enero nos reconocimos mortales, finitos, corruptibles. No hay escape, no hay control posible sobre el propio destino, ya todo está escrito.

Nico luchó como un gladiador combatiendo solo contra los leones del ocaso. Y los venció.
Ese momento nos colmó de felicidad pero también de preguntas, de resignificaciones, de replanteos.

No estamos preparados psicológicamente para hacer frente a la incertidumbre. Nuestra mente está educada para vivir en la seguridad, en el 2 + 2, en la lógica, en lo esperable.
Pero nada ni nadie está seguro en este mundo de sucesos aleatorios. Aunque hagamos todo bien, siempre existe una variable que no podemos manejar y es la que nos quita la certidumbre.

¿Quién sabe qué es lo correcto, lo adecuado, lo indicado para uno?
¿Quién puede decirnos cómo hacer las cosas para no fallar?
¿Quién tiene el poder de saber que tomando determinadas decisiones evitaremos el dolor?
Nadie.

Cuando descubrimos que estamos viviendo entre la vida y la muerte todo el tiempo, entonces llegamos a tomar noción de lo verdaderamente importante. Ese "mañana lo hago" o "después veo"; denota un enorme grado de soberbia. Es esa equivocada idea de que uno controla el tiempo y todo lo que le sucede.

Nico nació de nuevo y nosotros también como grupo. En esta nueva vida tengo clarísimo que no hay seguridades, ni una sola. No tengo ningún tipo de control sobre la realidad, porque la realidad es por sí misma y no me necesita. No existe lo correcto o lo indicado, sólo existe lo que tiene que pasar.

¿Qué hacer entonces?
Vivir más desde el corazón y menos desde la cabeza.

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