domingo, 4 de diciembre de 2011

Una calle me separa

Presenciar una separación de pareja en vivo y a plena luz del día, es una situación que pocas personas pueden experimentar.
Hoy fui testigo exclusivo de dicho acontecimiento y debo confesar que el hecho me disparó dos sensaciones: por un lado la lógica curiosidad que nos despierta el escándalo público y por otro lado el recuerdo de las propias relaciones que no terminaron bien, aunque hayan sido más discretas y menos violentas.
Volviendo a lo acontecido: la dama tendría unos 30 años, bien parecida y muy bien vestida para ser un domingo. El caballero la seguía con ritmo cansino, la cabeza erguida y casi sin acusar recibo de lo que comenzaba a originarse.
Ella comenzó a subir el tono de voz y los transeúntes reconocimos que el show había comenzado. No llegue a comprender muy bien que era lo que le decía, pero el lenguaje corporal y el registro vocal sostenido delataban sus intenciones de queja y enojo. 
El joven trataba de contenerla con cierta displiscencia y diciéndole que "no hiciera show".
Estas palabras provocaron la ira descontrolada de la señorita, quien perdiendo todos sus cabales, comenzó a caminar más rápido y a pegar unos alaridos bastante desprolijos.

Si bien me encontraba a unos metros de la batalla, en ningún momento pude advertir el motivo central que promovió la disputa. Lógicamente pensé en dos opciones:
1) La del novio infiel que intenta la gesta heroica (y pelotuda) de contárselo para hacerse el honesto; o 2) Le dijo que no la amaba más, que no quería casarse y que necesitaba "un tiempo".

Más allá del motivo, esa mujer estaba absolutamente desquiciada. Nunca en mi vida vi una dama tan fuera de eje en público y pensé:
¿Es necesario hacer todo este show y gritar el descontento?
¿De dónde proviene esa ira incontrolable que a algunas personas les quita el principio de realidad?
¿Se trata de gente muy pasional e instintiva que no puede controlar sus emociones?

Claro, uno puede entender la necesidad del desahogo ante un comportamiento estúpido del otro o de querer insultarlo desde las entrañas, pero presiento que en esos comportamientos tan enajenados e histéricos está la paradoja.

La persona que no puede asimilar los golpes de la vida sin tener que gritárselo a toda la cuadra, no sólo padece de inmadurez emocional sino también de un idealismo bastante utópico para los tiempos que vivimos.

La discusión finalizó en una escena extraordinaria cuando él se acerco a decirle algo al oído y ella gritó con todas sus fuerzas y procurando que todos escuchemos: "Noooooooooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!"

¿Qué le habrá dicho para generar semejante negativa?
Lo cierto es que a todos nos quedó claro que NO. Cuando es NO, es NO.
NO había chances, NO había proyecto y definitivamente NO eran el uno para el otro.

Al llegar a la esquina todavía intentaban mostrarse como una pareja en crisis que pugnaba por conseguir el milagro de la perdurabilidad.
Aunque sea juntitos unos minutitos más.
Pero ella cruzó la calle, se subió a un taxi y desapareció.

El quedó detenido en la esquina, con la mirada clavada en un semáforo inexistente y con la sensación de no haber dicho las palabras justas para retenerla a su lado.
Luego miró el cordón de la vereda y pensó: "La pareja disfuncional es como una maratón de 42 kilómetros. Cuando llegas al límite de tu esfuerzo, no escuchás los gritos ni te importan las escenas ridículas.  Ni siquiera te quedan fuerzas para correr un taxi que lleva a alguien que decías amar pero que jamás conociste."

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