sábado, 16 de junio de 2012

Discursos amorosos I

Encuentro en mi vida millones de cuerpos, de esos millones puedo desear centenares, pero de esos centenares, no amo sino uno. El otro, del que estoy enamorado, me designa la especificidad de mi deseo.

Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo.

¿Por qué deseo a Tal? ¿Por qué la deseo perdurablemente, lánguidamente? ¿Es toda ella lo que deseo? ¿O no es sólo más que una parte de su cuerpo?

Y en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo amado tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué porción, tal vez increíblemente tenue, qué accidente? ¿El corte de una uña, un diente un poco rajado, un mechón, una manera de mover los dedos al hablar?

De todos estos pliegues del cuerpo tengo ganas de decir que son adorables.
Adorable quiere decir: “Este es mi deseo, en tanto que es único”.

Fragmentos de un discurso amoroso (Roland Bathes)
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El sexo nos vacía, nos libera, nos descarga. 
El amor nos llena, nos ata, nos sobrecarga.
El sexo se tiene, pero el amor se construye.
Y el amor sólo puede construirse en el juego de dos psíquis: sus ideales, sus modelos, sus mandatos, sus demandas, sus histerias y sus obsesiones.
En el amor se elige, se cataloga, se reconoce al otro en un lugar de privilegio.
Sólo en el amor puedo sentirme "único", porque solamente "yo" puedo decir "te amo".
¿Pero que significa sentirse el "unico"?
¿Quién será el "yo"? 
¿Y a quien le diremos "te amo"? 








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