lunes, 23 de noviembre de 2009

Agassi y el alto rendimiento

Soy un hombre joven, relativamente hablando. Tengo 36 años. Pero me despierto como si fuera de 96. Después de tres décadas de carrera, de saltar alto y aterrizar duro, mi cuerpo ya no se siente como mi cuerpo, especialmente en la mañana.

Mi nombre es Andre Agassi. Es 2006. Mi último abierto de Estados Unidos. En rigor, mi último torneo. Juego al tenis para ganarme la vida, aunque lo odio, lo odio con una pasión secreta y oscura, y siempre lo he hecho.

Todo es limpio, elegante, cómodo. Estoy en el Four Seasons, así que es hermoso, pero sigue siendo, sin embargo, otra versión de lo que que yo llamo “la no casa”. El no-lugar de existir como atletas.

De pie frente al espejo del baño, ya sin la toalla, me miro a la cara. Los ojos rojos, la barba gris, una cara totalmente diferente de aquella con la que empecé. Pero también diferente de la que vi el año pasado en este mismo espejo. Todavía puedo ver más o menos el muchacho que no quería jugar tenis en primer lugar, el niño que quería abandonar todo, el muchacho que se dio por vencido muchas veces. Veo aquel chico con pelo de color oro que odiaba el tenis, y me pregunto cómo vería a este hombre calvo, que todavía odia el tenis y aun así juega. ¿Estaría conmocionado? ¿Entretenido? ¿Orgulloso? La pregunta hace que ya esté cansado, y sólo es mediodía.

Por favor, haz que esto termine. No estoy listo para que termine.

El tenis es el deporte en el que uno se habla a sí mismo. Ningún atleta se habla a sí mismo como lo hacen los tenistas. En el calor de un partido, los jugadores de tenis parecen como locos en una plaza pública, despotricando, jurando y conduciendo debates con su álter ego. ¿Por qué? Debido a que el tenis es terriblemente solitario. Sólo los boxeadores pueden entender la soledad de los jugadores de tenis –y sin embargo, ellos tienen a sus hombres y entrenadores en la esquina. Incluso un boxeador oponente proporciona un tipo de compañía. En el tenis, uno está cara a cara con el enemigo, pero nunca puede tocarlo o hablarle, con él ni con ninguna otra persona. Las normas lo prohíben. El tenis es como estar en una isla. El tenis es el deporte más cercano a la incomunicación, que inevitablemente conduce a hablarse uno a sí mismo.

Me digo que esta noche será como hacer un examen para el que he estado estudiando durante veintinueve años. Pase lo que pase esta noche, ya lo he pasado antes por lo menos una vez. Si se trata de una prueba física, o si es mental, no será nada nuevo.

Dejemos que esto termine. No quiero que termine.
Me pongo a llorar. Me apoyo en la pared de la ducha y lo dejo salir.
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Puedo entender perfectamente cada palabra y sensación descripta por este astro del deporte. Cuando uno alcanza niveles de alta competición, presión y sacrificio físico y mental; uno llega a convertirse en una máquina. Un autómata que entra a la cancha a hacer lo que sabe para pasar a la próxima ronda. No hay otra meta. Pelota por Pelota, Punto por punto, Game por Game, Partido por Partido, Torneo por Torneo, Año por Año.
Y vivís en aviones, en hoteles, en aeropuertos, en clubes. El "no lugar".
Te hablas todo el tiempo, todo el maldito tiempo. Antes de jugar, durmiendo, comiendo, entrenando, elongando, jugando, en la ducha. Diálogos eternos e internos.
"¿Debo seguir en esto o retirarme?"
"Quiero pertencer a algún lugar, quiero vincularme con los otros sin considerarlos rivales, quiero dejar de comer pastas y frutas, quiero dejar de soportar el dolor y el agotamiento, quiero salir a divertirme."
Aquí, para sorpresa de todo el mundo, el chico de Las Vegas confiesa haber odiado el tenis toda su vida (entre otras confesiones). Ser famoso y millonario aparentemente no nos garantiza amar lo que hacemos.
Hay que descubrir que esfuerzos y sacrificios se esconden detrás de cada elección.


Extraído del libro "Open", la autobiografía de Andre Agassi.


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