miércoles, 6 de abril de 2011

¿Quién sigue?

Luego de pasar unas cuatro horas entre controladores de tránsito pude obtener el libre deuda para así realizar la renovación de mi registro de conducir.
-“Esta limpio señor” me dijo una señora mirándome con cara circunspecta y como si estuviera revelándome la teoría de la relatividad.
Así entonces, limpio de pecados y deudas, me dirigí a realizar el trámite más bizarro de la Argentina.

Una señora con camisa hawaiana recibe mis papeles y dispara:
- “¿Estado civil?"
- "Soltero" contesto.
- "Bien, a su derecha, fotografía" sentenció cortito y al pie. Sin artículos ni explicaciones de más, algo que caracteriza al empleado público.

Al dejar el mostrador, la señora grita: “¿Quién sigue?”, como si esa pregunta viniera a otorgarle una cierta investidura dentro de la mediocre dependencia. No cualquiera puede decir “¿Quién sigue?”. Es todo un signo de estatus y superioridad dentro de las jerarquías públicas.

Ingresé a fotografía y el "fotógrafo" le acariciaba la cabeza a un señor mayor y un poco pelado. Le mostraba con calidez -demostrando que se conocían- lo bonito que había salido en la foto. Luego me fotografiaron a una velocidad que no me permitió siquiera decir whisky (o tomármelo a esas alturas). El avezado fotógrafo ordenó: “Oculista a su derecha señor.”

Una vez allí coloqué la mirada en esa especie de largavistas donde aparecen números y letras.
Me preguntaron: - “¿Qué números ve?”
Casi contesto: - “Todos”, pero preferí no hacerme el gracioso.
“Muy bien, Psicología a su derecha” señaló.

Evidentemente aquí comenzaba la parte profunda de las pericias. Dos psicólogas bastante frustradas se pusieron a charlar mientras la gente aguardaba. Esta es otra de las características elementales para ocupar un puesto estatal: desconocer por completo el arte de la discreción, pudiendo cerrar la puerta en este caso. Ya es harto conocido que los empleados públicos son sádicos y disfrutan del padecer del ciudadano.

Luego de aguardar durante 20 minutos ingresé al gabinete y la psicóloga me pregunta:
- ¿“Desmayos, trastornos, episodios o malestares psicológicos?”
- “Si, todos hoy y cuando salga de acá” pensé para mis adentros.
Contesté que no -naturalmente- y para culminar el examen me solicitaron que dijera la palabra "Tandil" al revés.  Asi que: "L, I, D, N, A, T" balbuceé y poniendo cara de dificultad.
Eso me permitió ganar un pasaje directo a Medicina y certifiqué que estoy en perfectas condiciones mentales.

Ya en el gabiente médico, una joven con un retraso mental leve  me recibe con un delantal verde -para aparentar aspecto médico- y me pregunta:
- “¿Alguna enfermedad?”
- “No” respondí.
- “¿Toma alguna medicación?”
- “Tampoco” dije.
Esas dos preguntas sellaron mi absoluta capacidad física para seguir conduciendo durante cinco años en la Argentina.

Luego aterricé en el área de Gestión, donde un muchacho muy simpático de unos 35 años y con una remera que decía “I Love Argentina”, gritó mi apellido estando a menos de un metro. Esta es otra característica crucial: siempre gritan apellidos con todas sus fuerzas teniendo a la gente casi encima. Y un dato no menor es que generalmente levantan la cabeza y miran lo que sucede en el más allá, nunca te miran a los ojos.

Acto seguido, aboné y me retiré con mi licencia renovada.
En la foto salí bien.
Creí que había sido mucho peor.




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