lunes, 14 de diciembre de 2009

X e Y

X persiguió durante años a quien creía la mujer de su vida: Y.
Como era de esperar, Y nunca correspondió los lances amorosos de X.
X, hizo cualquier pirueta con tal de enamorarla, pero Y nunca cayó en sus redes.
Esa frustración adiestró a X en el arte de la paciencia.
X comprendió que debía abandonar esa empresa titánica de conmover a Y.
No había caso, Y no lo amaba.

Sin embargo, muchos años después, Y volvió a aparecer en la vida de X.
Con ese capricho tardío que caracteriza a las mujeres, Y deseaba comprender que había motivado a X a seguir insistiendo a pesar de tantas negativas.
 
Fue entonces que X e Y decidieron encontrarse.
X se vistió con algunas emociones viejas e Y se perfumó de jactancia.
Al encontrarse, X confirmó que la belleza de Y seguía siendo cautivante.

Caminaron juntos unas cuadras.
X sentía que le explotaba el pecho e Y lo observaba con cierto dejo de soberbia.
Al sentarse en un café, comenzó la charla, el verdadero conocimiento.
Fue en ese instante cuando X se percató de que Y no era tan perfecta como pensaba.
Y no lo escuchaba, Y hablaba todo el tiempo, Y no estaba interesada en los comentarios de X, Y vivía en pose permanente.

Finalizado el encuentro, X se despidió de Y para siempre, aunque Y no lo supiera.

Al llegar a su casa X escribió: “Cuánto mejor era la ilusión de creerte perfecta, al espantoso desencanto de haberte conocido”.


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