sábado, 19 de marzo de 2011

Escena conyugal

Decidí ir a escuchar un espectáculo musical, gratuito y de un gran despliegue artístico en todo sentido. En las butacas inmediatamente delante de mí, se encontraba una familia compuesta de un hombre, una mujer y un pequeño niño de unos 3 años aproximadamente. Claramente se trataba de una familia nuclear de clase media, que buscaba deleitarse con la representación clásica elegida.
Todo me hace suponer que es una pareja de casados en primeras nupcias, de unos 6 ó 7 años de matrimonio o convivencia y en la cual, el entusiasmo por la vida y la discreción por lo privado, no demostraba ser un factor destacable ni ponderable por ellos.

La pareja comienza un diálogo mediocre y por supuesto sin ningún tipo de interés en capturar la atención del otro, que me pareció curioso dejar registrado:

Esposo: ...tocan bien estos tipos. El piano no es fácil. ¿Sabés todo lo que tenés que estudiar para sacar una pieza como esta?
Esposa: Si, me imagino. Yo nunca podría.
Esposo: Cuando yo tocaba el piano, cuando estudiábamos con mi hermano, era duro aprender. Significaba muchas horas de práctica.
Esposa: (sin mirarse ni asombrarse por el hecho) ¿Vos tocabas el piano? No tenía idea. ¿Hace mucho?
Esposo: (también sin mirarla y con mucha menos sorpresa) Si, si, tocamos un tiempo con mi hermano. Mi mamá nos mandaba a los dos con una profesora para que aprendiéramos algo de música. Estaba bueno…

¿Acaso resulta entendible vivir una relación durante tanto tiempo y desconocerse casi por completo en esencias tan profundas?
¿Se puede saber tan poco de ese otro que decimos amar?
Me pregunto si mientras empezaban a descubrirse como pareja, a ninguno se le ocurrió comentar, al menos tímidamente, la relación que tenían con la música.
¿Qué otros detalles se estarán perdiendo mutuamente?

¿Es necesario acudir a una “sala de espera” para que las relaciones encuentren allí un espacio de vínculo, de florecimiento, de captación de la fibra ajena?

¿No estará mejor autogenerarse mutuamente esos espacios, descubrirse a fondo, descifrarse, decodificar los lenguajes y dejar la “sala de espera” para hacer el duelo cuando estemos muriendo?
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Historia enviada por Lan Ying y extraída de su libro: "La vida es un 7"

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