sábado, 11 de abril de 2009

Amor y Psicología

El primer contacto con la otra persona es de mucho deseo de apareamiento. La gente no se enamora por dos minutos, la gente se enamora -como ancestralmente- con la idea de la monogamia y una pareja definitiva. Nadie dice: “Yo me enamoro por un rato”, sino que elige a alguien para siempre.

Pero ¿qué pasa después que eso que uno ha elegido para siempre se transforma exactamente en lo opuesto? Lo que pasa es que todo cae en el estado de desencanto, del aburrimiento o de la resignación. Cuando dos personas se conocen y dicen: “Mucho gusto, encantado de conocerte”, han dicho una barbaridad. Si fue encantado es porque la otra persona lo ha fascinado o deslumbrado, pero –sin embargo- aún no la ha conocido.

Se sabe que del encantamiento al conocimiento hay un largo periplo de desencanto.

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Uno se enamora de las cosas parecidas, de aquello que se le parece. Busca puntos de coincidencia y sobre ellos basa una relación. Pero lo que sucede con el tiempo es que la gente dice: “Yo descubrí que el o ella no era para mí”.

Y el tema está en que uno comienza a amar cuando descubre que el otro no es para uno.

El otro es para sí mismo, aunque uno a veces comete la estupidez de pensar que el otro puede ser para uno antes que para el mismo.

Al principio de una relación estable se crea una situación de fascinación en la que ambos se mueven como si fuesen una sola persona: los mismos gustos, los mismos deseos, los mismos intereses, las mismas necesidades, etc. Hasta que un día él dice: “Vamos” y ella le dice: “No, todavía no”.
-“¿Cómo?” dice él.
-“Si, todavía no” replica ella.
-“¿Entonces no somos uno?” pregunta asombrado él.
-“No, no somos uno, somos dos” asegura ella.
-“Ah, somos dos, entonces me engañaste porque decías que te gustaban las mismas cosas...” se enfurece él.
-“No, yo no dije nada, vos me inventaste eso” se disgusta ella.

Y aquí aparece la desilusión.
Cuando viene la desilusión, cuando actúa el desencanto, las parejas se rompen porque no pueden tolerar que el otro no sea como uno ni para uno.

Pero se puede pasar esta crisis, pues es la primera gran colisión del encuentro.
Cuando uno se discrimina distinto del otro recién comienza el proceso de conocimiento. Ahí podemos hablar de amor, antes no.

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El gran problema es que uno quiere reconciliarse con el otro, quiere llevarse bien con el otro. Y el tema está en que uno tiene que llevarse bien con uno, ser amable con uno.

Amar, entonces, va a ser el delicado camino por el cual te voy a acompañar al encuentro contigo mismo, no conmigo. Que seas amable con vos, no conmigo. Que tengas tu propio deseo, tu propio tiempo y tu propio espacio, no el que yo te voy a imponer.

Si yo consigo reconciliarme conmigo, porque el conflicto no sos vos, el conflicto soy yo, entonces vamos a poder amarnos mejor.

Algunas personas no saben que hacer consigo mismas, entonces eligen su pareja para que les tapen sus agujeros. Pero un ser humano es mucho más que un tapa agujeros. Es alguien que piensa y que ama, no como “yo quiero” sino como el o ella lo va a determinar.

El problema no es dar amor, sino ser generoso para recibirlo.
Que el otro nos dé lo que pueda y lo que tenga.
El drama del amor es que lo que uno necesita el otro no lo tiene. No lo tiene.
Y no es que no lo quiere dar, o que da poco, sino que no lo tiene.
No porque es un miserable o porque no se da cuenta, es porque no lo tiene.

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El amor es un dios cruel que busca la posesión total del ser amado.
“Destruida pero al lado mío”. “Triste pero al lado mío”.
Siempre “al lado mío” y ojo con mirar hacia el mundo porque “yo soy tu mundo”.
“Generoso, pero conmigo”
“Hermoso, pero solamente lo puedo mirar yo”
“Inteligente, pero solamente para disfrutarlo yo”

Ese otro –entonces- se convierte en un objeto a mi servicio.
Yo que digo que amo, además soy “el” amo.

El gran dilema es que uno no se puede olvidar de si mismo.
Yo no me puedo olvidar de mi, porque yo soy lo más próximo que tengo a mi mismo.
Yo haga lo que haga y me ponga en el lugar que me ponga, de mi no me puedo desprender.

Lo que tengo que hacer para poder amar plenamente entonces, es superar mi mezquindad.
No es que me tengo que acordar de mi, sino que debo olvidarme un poco de mi.

Por eso el cristianismo ha tenido un aporte fundamental en todo el proceso del amor: el prójimo. Es la primera vez en la historia de las religiones que se habla del prójimo.
El otro. Eso hizo una revolución en el amor.

Para amar hay que entender una cosa básica: no se puede unir lo que no está separado.

Cuando dos personas van a vivir juntas, con todo el idilio presentado de que el amor tiene que ser una cosa de andar siempre juntos, a los mismos lugares, quererse mucho juntos y pensar igual y sentir los mismo deseos; se produce una simbiosis tal, que se transforma en un monstruo de cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas.
Ahora, “la cabeza que piensa es la mía, porque yo soy el inteligente de la relación”.

¿Y el otro? El otro apenas puede pensar.
Yo soy el gran amador de la relación, el otro siempre está distraído.
Yo soy el comprensivo, el generoso, el tierno, el romántico.

El drama son las ínfulas de gran amador que uno tiene.
Cuando uno comienza a amar entra en conflicto con el amor. Y eso es bueno.
El amor es conflicto, pero de ninguna manera debe ser un tormento.
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Comentario: Hace muchos años mi abuelo materno me dió un cassette con una nota radial realizada al Dr. Hugo Finkelstein (Doctor en Psicología y Master en Psico-Neuro-Endocrinología). Esta es una transcripción de lo que Finkelstein fue comentando en dicha entrevista. Nunca he leído algo tan claro sobre el amor y su construcción psicológica. Espero que les guste y sobre todo que les sirva para comprender como funciona la dinámica amorosa.

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