jueves, 23 de abril de 2009

El Matrimonio

La Biblia dice: "Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne" (Génesis 2,24).
Aquí interpretamos que luego de desprenderse -naturalmente- de los padres, uno debe "adherirse" a la mujer elegida para ser los dos "una sola carne".
Que alejado parece este mensaje de la era actual, no?
Una era donde el goce individual, el crecimiento profesional, el éxito sin esfuerzo y el ego a ultranza parecen ser los campeones de la causa.
Luego de que varias generaciones siguieran los consejos del libro sagrado cristiano, hoy el gran desafío resulta "conocerse a uno mismo".
Si no puedo conocerme a mi mismo, si no puedo saber que deseo y que no deseo, ¿cómo puedo estar preparado para "adherirme" a alguien y tranformarme en "una sola carne"?
El problema es que uno nunca llega a conocerse a sí mismo...
De hecho, si uno lograra tal hazaña, luego debería encontrarse con alguien para luego "adherirsele".
Parecen demasiados milagros juntos: conocerse a uno mismo, encontrarse con alguien y que ambos tengan la voluntad de "adherirse".
Supongamos que el milagro suceda efectivamente, luego hay que transformarse en "una sola carne". O sea, mezclarse con el otro, difuminarse, mezclarse. Dejar de ser uno, para ser uno con el otro. Pero ese "uno con el otro" no soy yo, sino la suma entre "yo" y "vos". O sea, una entidad bastante difícil de delimitar, pero que se denomina matrimonio.
En esta euforia de buscarse por las calles pero mirando para abajo.
En esta locura de exigirse amor con pancartas y pasacalles.
En esta desmesurada tendencia a "casarse" para no quedarse solo.
En definitiva, este cuadro de situación nos obliga a los solteros a pensar seriamente sobre este tema. El futuro -al igual que el matrimonio- ya no es lo que era.
Apostemos muchachos entonces al único matrimonio posible: el del chorizo y la morcilla.

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